jueves, 16 de noviembre de 2017

VERSOS DE LOS MIL DÍAS


¡A LA CARGA!

Palabras introductorias a la segunda edición de Versos de los Mil Días


El 17 de octubre de 2017 se cumplen 118 años de iniciada la revolución liberal contra el gobierno conservador nacionalista de Manuel Antonio Sanclemente, cuando el dirigente del directorio liberal de Bucaramanga en el departamento de Santander, Paulo Emilio Villar, desobedeciendo las directrices del partido, el cual ordenaba no tomar acciones bélicas hasta que las condiciones fueran más favorables, se levantó en armas en esta región del nororiente del país, encendiendo así la primera llama de la mayor confrontación militar durante el siglo XIX y principios del XX. A esta contienda armada se le conoció como guerra de los mil días. 

Hace 10 años, luego de un trabajo de investigación sobre este capítulo de la historia colombiana, compuse el corpus del libro que luego llevó por título Versos de los Mil Días y el cual se imprimió gracias al aporte de algunos amigos y familiares quienes hicieron todo tipo de acciones para que el libro pudiera ser. Desde su lanzamiento éste tuvo sus amigos y enemigos, al punto que no pocos han dicho que lo único que me interesa escribir es sobre machetes, descuartizamientos y matanzas. Otros han llegado incluso a expresar que aquí no hay poesía sino morbo, gusto por lo grotesco y una fascinación por la sangre. Pienso que quienes así se expresan, o no conocen la historia del país, o la que les narraron es un cuento de hadas.

Contrario a quienes se han declarado abiertamente enemigos de este libro -cosa que no es de sorprender en un país contencioso como el nuestro-, no pocos lectores del mismo han sido cautivados por la belleza intrínseca que algunos de estos poemas poseen, y me han manifestado la necesidad de hacerles unas notas explicativas, cosa a la cual me he rehusado, no por considerar que no sean necesarias, sino porque no concibo que sea el propio autor quien realice una especie de exégesis sobre el contenido y sobre la pertinencia histórica de cada poema. Sin embargo, para esta edición, y por petición de Julián Osorio, director de Inkside- Poesía, comunidad poética encargada del diseño e impresión del libro que aquí se presenta, me doy a la tarea de hacer un contexto histórico general para estos poemas. 

Mi propósito era -y aún lo es- realizar un canto de la resistencia liberal contra la hegemonía conservadora, aquella que sumió a Colombia en el centralismo, confesionalismo, militarismo, presidencialismo y en las pocas o inexistentes libertades públicas. Desde la llegada del liberal de derecha Rafael Núñez al poder en 1880, hasta la constitución de 1886, obra de Miguel Antonio Caro, comenzó a consolidarse un proyecto reaccionario contra el país, contra la constitución federal de Rionegro de 1863 y contra lo que ella representaba. Con la Ley 61 de 1888, también llamada Ley de los Caballos, el poder conservador se valió para aniquilar toda oposición legal y llevar al ostracismo político a quienes disentían de los gobiernos de Núñez, Caro y Sanclemente. La guerra de 1885 y la de 1895, donde salió en ambas ocasiones derrotado el liberalismo, y la persecución extrema, fueron un caldo de cultivo que propició la revolución de 1899. La guerra fue cruenta, muy cruenta, y por eso la mayoría de estos poemas lo son. 

La suma de los poemas está escrita en verso libre, y tengo la certeza de que hay algunos que son lo suficientemente prosaicos para el disgusto de los espíritus demasiado sensibles a la técnica actual que ha trazado un modelo elitista de escribir versos. En la actual poesía colombiana, los autores se alejan de todo compromiso político o crítico, siendo, al parecer, una postura bastante cómoda que los ubica únicamente en el plano de la estética, como almas demasiado superiores y elevadas a quienes los sucesos cotidianos sociales poco o nada les importan. Una indiferencia ante el dolor y el sometimiento de la gran mayoría con el fin de mantener sus privilegios de semidioses o elegidos por las musas. 

No pretende ser una épica, o tal vez en el sentido menor de la palabra. Sin mediar en lo estilístico, el libro en muchos de sus poemas funciona como aquello que Ramón Irigoyen nombró, al traducir a Cavafis, como el manejo no del yo romántico sino del yo teatral, donde no es el autor el que habla por sí mismo cuando se expresa en primera persona, siendo cada uno de los personajes historiados quienes toman la palabra para contar sus vicisitudes, sus ansias, sus dolores y también su grado de esperanza. 

Existen algunos aspectos importantes a la hora de leer estos poemas y son principalmente la comprensión de una época turbia de la historia política colombiana, la cual, a 118 años de distancia no ha cambiado en lo esencial. Al inicio de la guerra el presidente era Manuel Antonio Sanclemente, quien hacía parte del ala nacionalista del partido conservador, la cual llevaba gobernando trece años consecutivos y había alejado de la arena política no solo a los liberales, sus enemigos naturales, sino también al ala histórica del partido conservador. A la hora del inicio de las confrontaciones armadas, los conservadores, pues, se hallaban divididos entre nacionalista e históricos, lo mismo sucedía al interior del partido liberal entre pacifistas y belicistas. Estos últimos, no siguiendo las directrices del partido, iniciaron la guerra. 

El primer escenario fue el departamento de Santander, el mismo que para la fecha no estaba dividido en sur y norte como en la actualidad, sino que conformaba un solo cuerpo territorial. Tolima, Cauca, Boyacá, gran parte de la Costa Atlántica y Panamá, aún departamento colombiano, fueron los teatros de operaciones donde la guerra se desarrolló con mayor fuerza, esto sin desconocer que la guerra estaba incendiando el país entero. Los primeros descalabros de la revolución liberal se hacen manifiestos en Bucaramanga y Piedecuesta. El gobierno de Sanclemente moviliza el mayor número de efectivos posibles a Santander, donde los liberales pretendían hacerse más fuertes. Comienza una correría por todo el departamento, a la par que en otras zonas se formaban pequeños ejércitos y guerrillas tanto conservadoras como liberales que se enfrentaban por el dominio de los territorios, quedando parte de las periferias en manos de los rebeldes, y los cascos urbanos, ciudades principales y la capital en manos del gobierno. 

Dos grandes victorias liberales en Santander vendrían a avivar la llama de la esperanza revolucionaria, La batalla del río Peralonso, a mediados de diciembre de 1899 y la de Gramalote y Terán, a principios de febrero de 1900. Después de Bucaramanga y Piedecuesta, el ejército liberal emprende una retirada por la población de Rionegro bordeando la zona de Lebrija en busca de la ruta hacia Cúcuta. Al llegar a Cúcuta se enfrentan a la frontera política con Venezuela, aun cuando el presidente venezolano Cipriano Castro era liberal y en muchos aspectos era amigo de los revolucionarios, no podía entonces la jefatura revolucionaria comprometer en una guerra al país vecino y se hallaba de espaldas a la frontera y de frente a un ejército de diez mil soldados comandados por el general Vicente Villamizar. El número de liberales en armas no llegaba a una cuarta parte del número conservador. Viéndose rodeados los rojos se escabulleron en las sombras de la noche por unos desfiladeros hasta llegar a las márgenes del río Peralonso. Al verse perseguidos una vez más se hallaron casi atrapados por la retaguardia y delante a una fuerza de mil quinientos hombres que los detuvo del lado izquierdo del puente, protegidos en trincheras naturales de piedra, siendo la única ruta de escape al valle del río grande de la Magdalena, por las breñas de Santander y de ahí hacia al centro de la república, la vía directa a la capital donde pensaban trasladar las acciones bélicas. 

Después de dos días de batalla los generales liberales, Justo L. Durán, Rafael Leal, Benjamín Herrera, Rafael Uribe Uribe, entre otros, decidieron que debían cruzar el puente sobre el río Peralonso o la revolución estaría perdida. Herrera fue herido por un disparo de fusil en una de sus piernas, y en el momento en que habían aceptado la inminente derrota, Rafael Uribe Uribe, el caudillo antioqueño, como se le nombra en varios cuadros del poemario, junto con una decena de valientes cruza el puente ante más de mil bocas de fusil, cambiando de este modo el rumbo de los acontecimientos y animando a los demás a cruzar el puente y vencer en la batalla. 

La segunda batalla resonante para la revolución roja sucedió en dos escenarios. Gramalote y Terán eran pueblos conservadores vecinos, que se preciaban de no haber sido vencidos en casi cinco décadas de guerras caudillistas, teniendo, quien pretendiera pisar suelo de los gramalotes, que tomarlas a ambas al mismo tiempo. El general Leal se dirigió con sus hombres hacia el Cerro de La Canal, como bien lo narra el también general Lucas Caballero en sus Memorias de la guerra de los mil días, y desde allí tiroteó a quienes se encontraban atrincherados en el cerro vecino, para permitir con esta acción que las tropas de Benjamín Herrera, el más hábil y táctico de los generales de la revolución, y Uribe Uribe, por mucho el más desquiciado y testarudo de los oficiales revolucionarios, pudieran cumplir el plan preestablecido. Tomado Gramalote por las fuerzas de Herrera y Leal, así como hostigada Terán por el frente, la marcha de Uribe Uribe y sesenta de sus soldados más fieles se dispuso sin pérdida de tiempo a tomar Terán por la espalda, valiéndose de un ardid, cambiándose las insignias rojas por azules y evadiendo puestos de control y centinelas, llegaron hasta la propia casa desde donde el general conservador Domínguez impartía órdenes desde su jefatura de operaciones en esa región de Santander. 

Luego de aquella acción de guerra el ejército liberal en su mayoría se desplazó de nuevo a Cúcuta a la espera de recibir municiones y nuevos rifles con los cuales se enfrentaría equiparándose en fuerzas al ejército conservador, ahora dirigido por el general Próspero Pinzón. Los dos buques fueron retenidos en aguas venezolanas por orden del presidente Cipriano Castro, tardándose el encargado de aquellos, general Sarmiento, de negociar la entrega de estos a la revolución, a medida que circunnavegaba la Guajira para desembarcar más municiones en Riohacha y hacerlas llegar lo más pronto posible a Cúcuta. Este valioso tiempo fue perdido por los liberales, en tanto que el enemigo gobiernista se hacía fuerte de nuevo en la región y era reforzado con tropas nuevas y bien municionadas que llegaban del centro del país. 

Tras estas dos victorias, efímeras en cuanto fueron poco o nada aprovechadas por los liberales, el ejército conservador seguía creciendo en hombres y armamento, y ambos bandos trataban de ganar tiempo para en el próximo encuentro poder llevar la delantera. Marzo y abril fueron utilizados para estas maniobras inútiles de los liberales entre Gramalote, Rionegro y Cúcuta, en tanto que los conservadores mantenían la comunicación directa con la capital y el suministro de toda especie no era jamás interrumpido. A principios de mayo las dos avanzadas se entretenían en pequeñas escaramuzas como niños midiendo fuerzas. 

La tarde del 9 de mayo ambas vanguardias se encontraron en los yermos de Palonegro, a una decena de kilómetros de Bucaramanga, sede de las operaciones conservadoras, mientras el ejército liberal, ahora al mando de los generales Gabriel Vargas Santos y Foción Soto, intentaba romper el dique que los gobiernistas habían impuesto para impedirles el paso al centro de la república. Se formó una gran línea de tiradores y durante toda la noche se hostigaron mutuamente sin mayores bajas en ambos ejércitos. El 10 de mayo ninguno de los bandos cedía y las distintas comandancias ordenaron su plan de batalla. Era inminente que sería en Palonegro donde se iban a dirimir las diferencias de dos ejércitos que se habían evitado por más de dos meses, pero que se tenían un odio primitivo que ya duraba cincuenta años de rivalidad y de guerras sucesivas por el predominio del Estado. 

La tarde del 10 de mayo en aquel campo de Palonegro se dieron cita 21 mil soldados conservadores contra 7 mil liberales. Se multiplicaron los tiroteos e inició la batalla más prolongada de las que se han realizado en territorio colombiano, 15 días y 13 noches. Hasta el día 13 de mayo las líneas liberales no se habían roto ante el impulso de un ejército tres veces mayor, e, incluso, aquella tarde bajo las órdenes de Rafael Uribe Uribe y de Benjamín Herrera se libró una carga de macheteros que estuvo a punto de definir la victoria liberal. No obstante, cuando los dos caudillos pidieron refuerzos para asegurar la victoria al subdirector de la guerra, Foción Soto, les dio una respuesta que fue tan sorprendente que a 118 años cualquier estudioso de nuestras guerras caudillistas la vería como la respuesta de un novato y no de un subdirector de la guerra: “Si están victoriosos por qué piden refuerzos”. 

El general Próspero Pinzón, comandante en jefe de las operaciones conservadoras, reforzó las líneas que habían flaqueado ante el impacto de los machetes liberales y logró reponer su ejército de una derrota más. A partir del día 13 lo único que atinó a hacer el general Gabriel Vargas Santos y su segundo Foción Soto, fue enviar los pocos batallones con los que contaban, de uno en uno hacia la carnicería, desatendiendo las sugerencias de Uribe y de Herrera. El ejército liberal fue enviado al fuego donde se consumió por completo. Hasta aquel día luctuoso, 25 de mayo de 1900, dos ejércitos, liberal y conservador, habían disputado por las vías de Marte la predominancia de los asuntos estatales, de allí en adelante la guerra viraría y la hegemonía conservadora se entronizaría más en el poder. 

La guerra regular había finalizado y la irregular apenas comenzaba. Decenas de guerrillas liberales y conservadoras combatirían en todas las regiones. Los liberales pacifistas y los conservadores históricos, por su parte, habían pactado hacerle un golpe de Estado al presidente Sanclemente y a las políticas de la Regeneración nacionalista. Cumplido este el 31 de julio de 1900, y posesionado como presidente José Manuel Marroquín, los pactos con los liberales fueron rotos y los conservadores históricos se encargarían de proseguir la contienda dos años más. En vez de calmarse los ánimos belicistas, más se exacerbaron, al punto de que la guerra degradó en odio visceral y partidista, y no en los ideales políticos como había comenzado. El hambre, la devastación, las batallas y escaramuzas llevaron al país a la ruina total y lo lanzó al despeñadero de la usura, el agio y el endeudamiento en el extranjero. 

A lo largo del libro se tienen en cuenta varios de estos aspectos, las acciones guerrilleras, las luchas partidistas, las intrigas dentro y fuera de los campos de batalla, la participación de actores siempre invisibles en las guerras como las mujeres y los niños. La campaña de Santander finaliza con la guerra regular y la derrota del ejército liberal en Palonegro. De ahí que el teatro de operaciones se traslade a otras latitudes generando así las campañas de Panamá, de la Costa Atlántica, del Cauca, del Tolima, la de los Llanos y la de Cundinamarca. Se toma de manera tangencial el tema internacional, como por ejemplo la batalla librada en San Cristóbal, Venezuela, cuya particularidad no podía pasar desapercibida para el investigador. Un general conservador venezolano, Rangel Garviras, al mando de un ejército conservador colombiano cruzó la frontera con el fin de derrocar a Cipriano Castro, en tanto que un general liberal colombiano, Rafael Uribe Uribe, al mando de liberales venezolanos se encargó de defender al país vecino de aquella invasión. El resultado fue la victoria de liberales colombo-venezolanos. 

Son muchos los aspectos de esta confrontación bélica que quedan por fuera de los Versos de los Mil Días, con todo, se trata de narrar un panorama general de la misma con algunas particularidades y se abarcan distintas regiones, personajes históricos y otros ficticios que se encargan de dar carga emocional a algunos episodios históricos. En suma, es necesario que el lector no sólo se apegue a esta breve introducción, sino que busque por sus propios medios los detalles de la guerra y así pueda comprender un poco más las vicisitudes que en este libro se versifican y las cuales cantan uno de los capítulos más importantes de su pasado político.

Hace 10 años se publicó por primera vez Versos de los Mil Días, y hoy, gracias a Inkside-Poesía y a Ediciones Cosa Nostra vuelve de nuevo a ser impreso, en una presentación de lujo, a la espera de que los lectores encuentren en él algo más que sangre y machetes, más que el humo de las batallas, y pueda quizá acercarse a esta historia que es la nuestra, la suya propia, tan parecida a la actual, donde apenas salimos de 53 años de un conflicto desastroso, que nos ha sumido en más de cien años de soledad, de abandono e ignominia.






Jandey Marcel Solviyerte
La Primavera, 02 de octubre y 2017.


SELECCIÓN DE POEMAS


Ibagué, 21 de septiembre de 1901

Mujer, en la acera de tu casa está tu héroe; 
no te vayas a afligir, así es la guerra.
Saca pronto una sábana y cúbrele el rostro,
los destrozados miembros para que nadie los vea.

Mujer, mantén altiva la frente como él lo quisiera;
en la acera de tu casa está tu héroe, ábrele la puerta; qué 
importa que el vil enemigo ría, mientras adentro, en tu 
ser, una oscura ave en tus pensamientos vuela. 

Mujer, no vayas a llorar frente a las godas bayonetas;
en la acera de tu casa está tu héroe, rudo en la contienda.
Los guerrilleros del Tolima jamás olvidarán su nombre.
Tulio Varón ha muerto, corre a abrirle la puerta.


Desde Villeta, 31 de julio de 1900

No esperaba los sucesos,
qué los iba a esperar; importaba 
más su salud,
se lo dijo el médico. Despachaba
desde Villeta con algunos de sus
ministros; otros, en la capital,
utilizaban su sello en los
documentos.

No esperaba los sucesos,
y le dio alegría de ver
tan pronto al general Arbeláez
quien días antes lo había visitado. Pensaría 
tal vez que su negativa
de trato con los radicales
no había producido efecto;
este fue el motivo de la visita anterior.

Sin embargo se equivoca; Arbeláez
llega con tres centenas de hombres,
esta vez en busca de su arresto.
“¿Pero qué sucede?” -diría acaso el viejo-.
Los quinientos soldados de la guarnición no
se atrevieron a detenerlos. 

Manuel Antonio Sanclemente no salía
de su asombro cuando se le informó
del golpe dado a su mandato. Marroquín, el v
veleidoso, daba su verdadero rostro.

“No debí confiar en los Martínez Silva,
ni en Moya, menos en Quintero -pensó-, 
cómo me hacen tal jugada, sin un disparo, 
 y con las armas del gobierno”.


17 de mayo de 1900

¡Empujen para que se acabe esto! 
Citado por Joaquín Tamayo. 
La Revolución de 1899 

Era la voz general de uno y de otro bando.
Siete días con sus noches hacía que peleaban.
Los yermos dantescos cambiaban de dueño
como cambia cada día, cada mañana.

¡Empujen muchachos para que esto se acabe!
y continuaban muriendo tantos jóvenes
con la esperanza en los ojos de volver a casa.

Fiesta de buitres fue Palonegro; y la cena,
lo más hermoso de la juventud colombiana.


Como en un juego de niños

Se enfadó Ospina cuando llegó a Corozal
y encontró además de hospitales, escuelas
y carreteras, una bellísima carta escrita
por la pluma de su condiscípulo de antaño.

Se enfadó mucho Ospina, y como en un juego
de niños persiguió por media Costa al gran hombre con
fuerzas infinitamente superiores. Sampués, Chinú, 
Ciénaga de Oro, lo vieron pasar fatigado detrás de
aquellos pocos soldados aplomados.

Se enfadó demasiado Ospina cuando no bastaron
sus cinco mil pelagatos, ni los otros tantos tontos
de Burgos Rubio, los de Torralvo, ni los guerrilleros
de Pacho Negro Jaramillo, ni la flota de guerra por el río, para
atrapar en Lorica a esa cuadrilla de barbados.

Se enfrentaron unos a otros creyendo combatir a los malos;
y como en un juego de niños, se enfadó tanto Pedro Nel Ospina 
cuando supo que su condiscípulo escapaba de su dominio,
entre malezas y cañadas, huyendo así de los buenos.


Desde el cerro de Tasajero

Cuando Vicente Villamizar llegó a Cúcuta
con una fuerza de diez mil soldados, viendo
que los liberales estaban tan mal apertrechados,
y que eran tan pocos, cerca de tres mil quinientos,
les ordenó la rendición ofreciéndoles un trato justo.

Desde el cerro de Tasajero le respondió
el orador que meses antes desde el Congreso 
atacaba a todo un régimen, decidido y solitario: 
“…a hombres que tienen armas en la mano
no se les intima rendición sin que antes hayan
medido sus fuerzas en el campo de batalla.”

Tal vez Villamizar rio en aquel momento
ante la arrogancia altiva del revolucionario.

Lo cierto es que días más tarde, acaecido
lo de Peralonso, volvería el ejército rojo
a Cúcuta, y desde el cerro de La Columna,
el revolucionario general altanero, observaba triunfante, al 
fondo de la ciudad, el cerro de Tasajero.


A Orillas del Combeima


…era la viveza a caballo para buscar gallinas y 
hacerlas freír por comadres improvisadas, y 
todos los generales del Gran Estado Mayor de 
aquella columna de 1500 hombres llevaban el 
bigote oliendo a gallina frita. 
Yo tenía que cargar mi caballo con bultos 
de carne, de sal, de exquisitos panes. 
Líchigos llaman por allá a los bultos. 
Y yo llevaba tantos, que me apodaron 
el teniente líchigos. 
Porfirio Barba Jacob 

Venido desde las altas montañas antioqueñas,
el futuro y humilde profesor de escuela
se halla reclutado por las fuerzas del gobierno.

Tras una larga marcha el pelotón descansa
para bañarse en el río, y Miguel Ángel Osorio

contempla la desnudez de sus compañeros
con exceso de lujuria y de ternura confundidos.

A medida que los observa la pasión lo domina
y hallará en aquellos instantes el deleitoso germen
de un placer prohibido que hará suyo en Centroamérica.

El joven soldado, el futuro y efímero profesor de escuela, recuerda 
las tardes de Santa Rosa de Osos, y los llanos
del Tenche, y a Teresita, su novia, “la Flor de los Crepúsculos”;
y a lo largo de una guerra tan cruenta se pasará las horas
sin ver jamás al enemigo, protegido por un halo de misterio.
A orillas del Combeima, mientras amoroso contempla
los cuerpos jóvenes desnudos que con el agua juegan,
el futuro gran poeta, el maestrito de escuela, desconoce
que en su nombre un más grande nombre dentro lleva.

En los yermos tolimenses, a orillas del río Combeima,
muy liberal de pensamiento contemplando la belleza,
el joven santarroseño reclutado por las fuerzas del gobierno 
labra así su gran destino, oculto en un halo de misterio.


Homenaje

Respeto a la memoria de esas anónimas mujeres,
cuyo accionar sin límites y compromiso, en su amor más 
a los hombres que a la patria y a los partidos,
se vistió de coraje para enfrentar los duros tiempos.

Respeto a la memoria de sus bellísimas figuras
alentadas por la esperanza de ver surgir un sol nuevo
bajo del cual se abrirán las flores de sus vivas florestas;
hoy que los campos se nutren con abono de los muertos.

Homenaje y respeto a esas delicadas compañeras
que resisten los embates de una larga historia cruenta. 
Nacerán hijos de sus entrañas de fertilísima tierra
y pondrán fin a la historia de esta guerra sangrienta.


La corneta llama a lo lejos

No me ames mujer, sería en vano. Soy un soldado
y la parca me persigue a donde voy, a todos lados.
Este momento que nos reúne, nos dejará algún día
no lejano, y me perderé en el humo de las explosiones para 
no volverme a levantar jamás de entre los muertos.

Aprovechemos este instante de pasión bajo los astros, ahora
que la noche plena de estrellas fulgura en lo alto,
y el campo incendiado de luciérnagas alumbra el lecho 
donde tu cuerpo joven estremecido entre mis brazos
me hace sentir que estoy vivo, única vez, sin tiempo.

No me ames, ya te lo dije, la corneta llama a lo lejos;
debo partir, muchacha tierna de ojos color de ensueño.
Me hundiré en la no memoria de estos llanos baldíos
con un dolor mayor que una herida clavado en el pecho. Quisiera 
no haberte conocido, o morir esta noche en tu seno. 


Se ve tan bonito

No despiertes a los niños, deja que duerman en paz. 
Cuando pregunten por mí, diles que me fui a otra tierra
a rebuscar el pan; de peón en una hacienda cafetera
debes decirles; ojalá no se enteren de la cruel verdad.

Sin lágrimas, Amada; el camino es dificultoso y la vía
que nos llevará a una Patria justa tiene sus caídas y desmayos. 
Recuerda, al conocernos juramos transitar la misma senda;
no creas porque parto que deja de ser así. Lo juro, volveré.

Mira esas siluetas, bordean los cerros que nos vieron crecer; también 
van Augusto, el de doña Emigdia, los Valencias,
los Gómez, Callejas, Monsalve; todos somos campesinos
de esta región, la conocemos mejor que a la gambia en el yucal.

Debo irme, Amada. Mira cómo marchan las tropas, se ve
tan bonito: las banderas rojas ondean, presagian victorias.
No despiertes a los niños; diles que los amo; que pronto papá 
volverá cargado de regalos, y a heredarles La Libertad.


Legado del humanismo en Colombia

Rafael Núñez, de pasiones gélidas y una hábil
inteligencia que supo utilizar como ninguno
en el dominio del cerebro sobre las fichas confusas,
se separó del Olimpo Radical haciendo oposición
directa a la magna carta de 1863 y al federalismo propuesto 
por éstos (los liberales radicales), y se fue
a hacer “rancho aparte” con conservadores letrados, latinistas
católicos como el ilustre Miguel Antonio Caro.

Este último, por su parte, buscó alianza con Núñez,
en la cual le llevaba ventaja, separándose a su vez
del partido conservador. Llevaría a su movimiento
“¡Nacionalista!” por más de cuatro lustros al poder.

Ilustres, sí, ambos, muy bien educados, de familias
prestantes, y como si fuera poco, escritores famosos.

Esta bella unión que dio entrada al “Humanismo en Colombia”, 
provocó grandes obras como la guerra de 1885, la Constitución
de 1886, donde oficialmente era permitida la pena de muerte;
de dos a seis años fue prolongado el mandato presidencial,
el fangal ignominioso donde desaparecieron los bienes públicos,
la concentración del poder económico en unas pocas familias;
la guerrita de 1895 tan corta y con tan buenos resultados,
el amordazamiento de los rebeldes, “Cuadrilla de Malhechores”;
y el legado más loable a tan arraigada administración de los
muy respetados, jamás enjuiciados, conservadores nacionalistas:
la explosiva celebración de nuevo siglo, la Guerra de los Mil Días.

Rafael Núñez murió en 1894 sin ver las futuras contiendas;
mas, seguro de que la gran obra que había nacido de su odio,
de su reflexivo odio contra los radicales y su “ideal” Constitución, 
había producido innumerables frutos que ayudaron a engordar
la maquinaria goda en todos los rincones de la República.

Miguel Antonio Caro, ya acostumbrado al poder, alcanzó
a ver cómo se sacudía su castillo de mentiras, cuando los históricos
dieron el golpe decisivo que derrocó no a Sanclemente, sino a todo
su decorado administrativo que en unos instantes se derrumbó.


Con algo de cariño en los ojos

“No me digas que piensas seguir la misma ruta 
desastrosa tomada por tu padre y tu hermano. 
Anda, muchacho, piensa claro, las armas no
se hicieron para acariciar piel alguna, menos 
cuando bañas en sangre las delicadas manos.

Coge más bien la rula y el azadón, estas hierbas
ya están que nos cubren por completo; los hombres
se marcharon a pelear por una causa que desconocen
los más; los otros nunca han labrado la tierra, es por eso que 
engañan con fruslerías aprendidas en el exterior.

Te digo que lo mejor es que trabajes. No ha mucho,
eras un niño alegre, veo ahora que se te ha agravado
el semblante. Búscate una novia, siembra un maizal.
No sigas la maldita ruta, te lo digo; en esas andanzas
se va olvidando el alma y se pierde la vida, y nada más.”

Mientras la abuela intenta en vano detener a su único 
nieto varón, el último niño de la familia se amarra
las botas, envaina el machete, se pone el sombrero,
y mira a la anciana con algo de cariño en los ojos.
“No me joda Madre” –dice. Cruza firme el umbral de la puerta.


Canción de cuna

Duérmete niño duérmete ya
que viene el godo
y te comerá.

Papá se ha ido ya
volverá
el azul maldito lo 
aleja más.

Por las montañas avanza
Papá sembrando semillas
de la libertad.

Bebe de mi seno
ya que no hay pan la 
guerra es cruenta y aún 
no parará.

Por entre las selvas
camina Papá
cruzando los ríos 
luchando sin par.

Mamá ya te canta con
 voz de verdad
la canción más dulce de 
la tempestad.

El niño sonriente
Mamá y Papá
se hacen más fuertes
en la dificultad.

Duérmete niño 
duérmete ya
Mamá a ningún godo 
dejará entrar.


Mira cómo los campos

Más de tres años en este conflicto sin tregua;
es una guerra sin cuartel, nadie vence, nadie. Los 
poblados desiertos por los combates;
mira cómo los campos apestan a mortandad.

Mira todo el dolor en los ojos de esos niños;
el más pequeño fue engendrado entre las balas; dos 
años tiene, y ya conoce el olor de la sangre, el 
sonido estrepitoso de las explosiones, y ríe.

¿Quién dará a nuestros niños la calma, el beso 
matutino al despertar, los secretos de los árboles
y de los ríos, el pan, el techo, la patria, la libertad?
¿Quién levantará las casas sobre nuestra ceniza?


Por los cerros de la patria

Esta sangre que canta vertida sobre el papel
se derramó antaño sobre los campos verdes,
sobre el tapiz precioso de la tierra colombiana,
como un elixir de tinta que se extingue entre las balas.

Por los cerros de la Patria, donde la piel embriagada por 
el cúmulo del tiempo se estremece de dulzura
y de terror nunca en vano, avanza la memoria
de las luchas libertarias que a pesar de las derrotas deja 
en las mentes su pensamiento viril, su entraña.

Esta sangre que gime como entre árboles el viento tiene 
una herencia espantosa de traiciones viles,
lleva consigo el furor de un soldado moribundo cayendo 
mortalmente alegre en el campo de batalla.

Hermano de sangre y pólvora, somos de una estirpe
guerrera que no ha sabido sucumbir ante la bota opresora,
ni pretende entre sus sueños vender la tierra germinadora donde
un vaivén de grandes alas como el Cóndor en la altura es el vuelo
de la Revolución sobre las mentes serenas.

Esta sangre que suprime todo rencor, toda venganza,
se canta a sí misma a la par que se derrama, y ama 
incansablemente la inocencia de los rostros, la risa dibujada 
en las bocas de los niños, el ímpetu juvenil
que derriba toda estructura de engaños y de farsas.

Por los altos cerros de la Patria, entre páramos de hielo, entre 
el hierro de las armas, vadeando ríos de tremenda corriente, 
escrutando las selvas húmedas e infectadas,
esta sangre bulle y tiembla, se emociona y no se acobarda.


Epílogo de la devastación

Mil ciento treinta días de empecinada contienda
dejan como resultado los vastos campos desolados, viudas 
que gimen parturientas entre el hambre
y la miseria, bajo el techo implacable del firmamento.

Mil ciento treinta días y más de un siglo de derrotas
para el pueblo raso, anónimo, que trabaja sin descanso,
con el peso de mil yugos sobre las espaldas sudorosas,
a la espera de un reino ilusorio de bendiciones y de santos.

Mil ciento treinta días con sus noches, el frío y el dolor,
con su atávica estructura de desesperación y de zozobra, trazan 

una línea confusa entre el pasado y el presente
y es como si cien años se hubieran echado a volar al olvido.

Mil ciento treinta días con sus más de cien mil muertes
marchan en fila, como una tropa fatigada de tristezas,
atraviesan esta tierra sacudida en su bravura, en su temple
que no ceja en sajar de su propia herida las luchas del mañana.

Mil ciento treinta días y este futuro más que incierto
se escancian aquí, libremente, en mil ciento treinta versos.

Tomado de Versos de los Mil Días. Inkside-Poesía y Ediciones Cosa Nostra. 2017  

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