I
Cuando le propusieron viajar, recordó el sueño de meses antes
en el que un completo desconocido le decía que fuera por él. Accedió al llamado
y se embarcó en una de sus experiencias más osadas: atravesar el océano en
busca de Dulcinea del Toboso. Aunque pareciera absurdo, tenía argumentos
suficientemente consistentes que la llevaron a poner todas sus fuerzas en
semejante propósito, entre señales y deseos; a continuación, las razones por
las cuales creyó como siempre en sus “intuiciones”:
1. El sueño:
Como dijimos, no lo
conocía; a oídas un par de historias del susodicho le hicieron reír pero nada
que fuera memorable. Contrario a los comunes personajes oníricos reconocibles
pero con rostros nunca antes vistos, en este caso fue un extraño, sin rostro ni
figura, que se presenta y le solicita que acuda a él, que la esperaba. Entonces
pensó que sería el final de amantes e historias desafortunadas, que encontraría
su Ítaca.
2. El arcoíris:
Otro día, sin aún
saber que iba a viajar, encarnaba la frase de Shakespeare del mundo como teatro
y representación. Absorta en la tristeza, sólo el avistamiento de dos arcoíris
completos dispuestos paralelamente sobre el valle en el que vivía, le
restituyen la esperanza. También recuerda a Proust y lo dicho sobre la naturaleza como reflejo del estado
de ánimo, idea en la que cree sin dubitaciones: impajaritablemente era una
señal. La ilusión óptica le indicaría quién pudiera estar a la altura de sus
fantasías. A partir de allí sólo vio
sugerencias de ésta con hombres que la menguaban, se burló de la burla de los
dioses por utilizar la señal con todos y en todas partes: ¡vaya si era
testaruda! Estaba convencida de que no eran y por eso pasó de largo frente a la
paradoja de la premonición.
3. Los tres 8:
De niña le enseñaron que las placas de los carros con todos
los números significaban algo más que la numeración necesaria para la
identificación de un vehículo. Las placas traían mensajes que indicarían
sustantivos predilectos de la lógica femenina y adolescente, tales como beso,
encuentro, sorpresa, fiesta, visita, novio. Los tres 8 significaban este
último sustantivo tan vituperado en tiempos actuales y durante los últimos dos meses los había visto diariamente incluso en diferentes momentos del día. Se lo
anunciaban ¿quiénes?
4. El momento:
Sentía que era el
justo tiempo para conocerle. Digamos que llevaba años preparándose para su
encuentro: había aprendido el carácter, la templanza y disciplina para ser
completamente ella y sin miramientos. Disfrutaba tanto de su compañía que rayaba en el narcisismo y la vanidad; para que se hagan a una idea era:
autosuficiente, autocomplaciente, ilustrada, jocosamente estúpida y físicamente
deseable. Quería hallar al compañero para incendiar el mundo.
Voluntad Temeraria: el día del viaje se hizo unas trenzas al
lado de la sien para convencerse de su condición de guerrera en busca del Santo
grial o el vellocino de oro.
II
El encuentro:
se vieron al
tercer día de viaje. Tenía el ojo igual a uno de los vocalistas de su banda
favorita, de resto le evocó al niño egoísta y mala leche de cualquier salón de
clases. Definitivamente no iban a coincidir nunca sus elucubraciones con las
experiencia así estuviera instalada en
la frase “escribir es dibujar mi mandala” de Cortázar y viviera en y por las
palabras. No existía la magia.
III
Una fiesta familiar:
tenía los
nervios de punta porque no había dormido nada la noche anterior. El insomnio
fue ocasionado por la inmensa alegría de estar allí: era la primera vez en su
vida que no se sentía extraña. A eso, súmenle el licor propio de la región,
generoso en grados de alcohol. Lo vio cantar: cada nota pasaba por su cuerpo en
sutiles torsiones que acentuaban la
asimetría del ojo. Corrió a ponerse las gafas porque quería el recuerdo
en tonos sepia, luego Aquel cantó una canción que para ella había sido premisa
de vida y causa suficiente para todas sus desventuras “la cobardía es asunto de
los hombres no de los amantes” y salió
el arcoíris completo. Ahora sí era la señal. Pobre hombre estaba incansable y
laboriosamente en la cabeza de Quijotina, por eso este incauto dormía tanto,
pensaba ella.
IV
Se encontraron
una noche. Nadie se resistía a ella pero
sí siempre a sus intenciones, era una joven ya dijimos agradable con quien una
noche loca cualquiera quisiera compartir. Éste no fue la excepción ni en las
ganas ni en la posterior reacción. Hicieron el olimpo maya, hindú. Seres de
cuádruples brazos, escalonados, le quería besar el alma. Él daba muestras de su
buen desempeño orgulloso, No entendía que entre mejor lo hiciera más ella se
iba a querer quedar -de la única manera que renunciaba a la idea de una amor
era si no la complacían en la cama y era
exigente- Y si bien, éste monsalvete no
era el más conocedor de la superficie femenina, tenía dos puntos a favor que lo
colocaría en su podio de los buenos polvos: tenía un falo grande, consistente y
rígido y una creatividad que hasta el mejor de sus amantes le hubiera envidiado.
Ella, como
siempre creyendo estar a la altura de las circunstancias, decide arrojarse sin
paracaídas alguno diciéndole más o menos lo siguiente en una epístola con letra medieval:
“Pregunta usted porqué me gusta, trataré de explicárselo
aunque sienta miedo al escribirle, sabiendo que habita en las palabras y no de
cualquier manera. Obviando las reservas
que el ego me puede suscitar, le cuento que me
gusta desde el ojo hasta el paisaje que constituye vuestra merced.
Le hablo en tono
quijotesco porque tiene usted a una digna representante de la Mancha que viajó
por tierras desconocidas tras una voz onírica de quien sabe quién y se
encuentra ahora ofreciendo sus presentes para que se anime a un encuentro que
pudiera ser eterno mientras dure.
Me complacen sus
defectos físicos y morales también.
Como ya le hube dicho, no tengo miedo de perder porque siempre pierdo y la moneda en el aire me
emociona más que una certidumbre aciaga, monológica, monolingüe, solipsista.
En este sentido, creo
que dos son siempre mejor que uno, pero entre uno y uno tiene que haber una
sintonía, correspondencia o igual altura
De plano le digo que estoy
convencida de que estamos en el mismo nivel de merecimiento y sólo por eso me atrevo a decírselo así, claramente.
Como el imán a la nevera, me atrae
su baile entre bufón y chamán, el canto agudo, la mirada soberbia de Tom York,
su párvula risa, cómo se lame los dedos, la raída ropa interior o que esté
tarareando todo el tiempo una canción.
Pudiera decirle muchas más cosas
porque lo he visto y ha aparecido ante mí como yo quisiera ser vista por
alguien más, pero no quiero agobiarle en caso de que le incomodara —por forma o
contenido— estas palabras.
Subsecuentemente, el hombre cada vez la quiere ver menos, deja de
meterse los dedos en la boca, ya no canta su canción favorita, y demás técnicas
de indiferencia sistemática para ahuyentar a la actualización de Glenn Close en
Atracción fatal —que sin saber a cuento de qué se había ganado—.
Hoy está convencida de que el arcoíris si fue una señal, aunque ella,
como Edipo, no supo interpretar. Ahora tiene la certeza del ciego frente al
mensaje de los dioses: el arcoíris le estaba diciendo que NO.
Una aclaración más: en su laboriosa soledad se dedicaba canciones.
She´s like a rainbow de los Rolling Stones fue una de ellas desde hacía varios
años ya. Razón no desdeñable para confiar en la otrora flecha-camino que
conducía al Dorado manantial de tesoros,
según los primeros colonizadores de esa región de la América. Graciosa
coincidencia: ellos también perdieron la vida por perseguir los colores sin
estudiar a Newton.
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