lunes, 10 de abril de 2017

LA ÚLTIMA DULCINEA

Por Verónica Guzmán


I
Cuando le propusieron viajar, recordó el sueño de meses antes en el que un completo desconocido le decía que fuera por él. Accedió al llamado y se embarcó en una de sus experiencias más osadas: atravesar el océano en busca de Dulcinea del Toboso. Aunque pareciera absurdo, tenía argumentos suficientemente consistentes que la llevaron a poner todas sus fuerzas en semejante propósito, entre señales y deseos; a continuación, las razones por las cuales creyó como siempre en sus “intuiciones”:
1. El sueño: 

Como dijimos, no lo conocía; a oídas un par de historias del susodicho le hicieron reír pero nada que fuera memorable. Contrario a los comunes personajes oníricos reconocibles pero con rostros nunca antes vistos, en este caso fue un extraño, sin rostro ni figura, que se presenta y le solicita que acuda a él, que la esperaba. Entonces pensó que sería el final de amantes e historias desafortunadas, que encontraría su Ítaca.

2. El arcoíris:

Otro día, sin aún saber que iba a viajar, encarnaba la frase de Shakespeare del mundo como teatro y representación. Absorta en la tristeza, sólo el avistamiento de dos arcoíris completos dispuestos paralelamente sobre el valle en el que vivía, le restituyen la esperanza. También recuerda a Proust y lo dicho sobre la naturaleza como reflejo del estado de ánimo, idea en la que cree sin dubitaciones: impajaritablemente era una señal. La ilusión óptica le indicaría quién pudiera estar a la altura de sus fantasías. A partir de allí sólo vio sugerencias de ésta con hombres que la menguaban, se burló de la burla de los dioses por utilizar la señal con todos y en todas partes: ¡vaya si era testaruda! Estaba convencida de que no eran y por eso pasó de largo frente a la paradoja de la premonición.


3. Los tres 8: 

De niña le enseñaron que las placas de los carros con todos los números significaban algo más que la numeración necesaria para la identificación de un vehículo. Las placas traían mensajes que indicarían sustantivos predilectos de la lógica femenina y adolescente, tales como beso, encuentro, sorpresa, fiesta, visita, novio. Los tres 8 significaban este último sustantivo tan vituperado en tiempos actuales y durante los últimos dos meses los había visto diariamente incluso en diferentes momentos del día. Se lo anunciaban ¿quiénes?


4. El momento:

Sentía  que era el justo tiempo para conocerle. Digamos que llevaba años preparándose para su encuentro: había aprendido el carácter, la templanza y disciplina para ser completamente ella y sin miramientos. Disfrutaba tanto de su compañía  que rayaba en el narcisismo y la vanidad;  para que se hagan a una idea era: autosuficiente, autocomplaciente, ilustrada, jocosamente estúpida y físicamente deseable.  Quería  hallar al compañero para incendiar el mundo.

Voluntad Temeraria: el día del viaje se hizo unas trenzas al lado de la sien para convencerse de su condición de guerrera en busca del Santo grial o el vellocino de oro.

II

El encuentro:
 
se vieron al tercer día de viaje. Tenía el ojo igual a uno de los vocalistas de su banda favorita, de resto le evocó al niño egoísta y mala leche de cualquier salón de clases. Definitivamente no iban a coincidir nunca sus elucubraciones con las experiencia así estuviera instalada  en la frase “escribir es dibujar mi mandala” de Cortázar y viviera en y por las palabras. No existía la magia.

III

Una fiesta familiar:
 
tenía los nervios de punta porque no había dormido nada la noche anterior. El insomnio fue ocasionado por la inmensa alegría de estar allí: era la primera vez en su vida que no se sentía extraña.  A  eso, súmenle el licor propio de la región, generoso en grados de alcohol. Lo vio cantar: cada nota pasaba por su cuerpo en sutiles torsiones que acentuaban la  asimetría del ojo. Corrió a ponerse las gafas porque quería el recuerdo en tonos sepia, luego Aquel cantó una canción que para ella había sido premisa de vida y causa suficiente para todas sus desventuras “la cobardía es asunto de los hombres no  de los amantes” y salió el arcoíris completo. Ahora sí era la señal. Pobre hombre estaba incansable y laboriosamente en la cabeza de Quijotina, por eso este incauto dormía tanto, pensaba ella.

IV
 
Se encontraron una noche. Nadie  se resistía a ella pero sí siempre a sus intenciones, era una joven ya dijimos agradable con quien una noche loca cualquiera quisiera compartir. Éste no fue la excepción ni en las ganas ni en la posterior reacción. Hicieron el olimpo maya, hindú. Seres de cuádruples brazos, escalonados, le quería besar el alma. Él daba muestras de su buen desempeño orgulloso, No entendía que entre mejor lo hiciera más ella se iba a querer quedar -de la única manera que renunciaba a la idea de una amor era si no  la complacían en la cama y era exigente- Y si bien,  éste monsalvete no era el más conocedor de la superficie femenina, tenía dos puntos a favor que lo colocaría en su podio de los buenos polvos: tenía un falo grande, consistente y rígido y una creatividad que hasta el mejor de sus amantes  le hubiera envidiado.

Ella, como siempre creyendo estar a la altura de las circunstancias, decide arrojarse sin paracaídas alguno diciéndole más o menos lo siguiente en una epístola  con letra medieval:

“Pregunta  usted porqué me gusta, trataré de explicárselo aunque sienta miedo al escribirle, sabiendo que habita en las palabras y no de cualquier manera. Obviando las reservas que el ego me puede suscitar, le cuento que me gusta desde el ojo hasta el paisaje que constituye vuestra merced.
Le hablo en tono quijotesco porque tiene usted a una digna representante de la Mancha que viajó por tierras desconocidas tras una voz onírica de quien sabe quién y se encuentra ahora ofreciendo sus presentes para que se anime a un encuentro que pudiera ser eterno mientras dure.
Me complacen sus defectos físicos y morales también.
Como ya le hube dicho, no tengo miedo de perder porque siempre pierdo y la moneda en el aire me emociona más que una certidumbre aciaga, monológica, monolingüe, solipsista.
En este sentido, creo que dos son siempre mejor que uno, pero entre uno y uno tiene que haber una sintonía, correspondencia o igual altura

De plano le digo que estoy convencida de que estamos en el mismo nivel de merecimiento y sólo por eso me atrevo a decírselo así,  claramente.
Como el imán a la nevera, me atrae su baile entre bufón y chamán, el canto agudo, la mirada soberbia de Tom York, su párvula risa, cómo se lame los dedos, la raída ropa interior o que esté tarareando todo el tiempo una canción.
Pudiera decirle muchas más cosas porque lo he visto y ha aparecido ante mí como yo quisiera ser vista por alguien más, pero no quiero agobiarle en caso de que le incomodara —por forma o contenido— estas palabras.
 

Subsecuentemente, el hombre cada vez la quiere ver menos, deja de meterse los dedos en la boca, ya no canta su canción favorita, y demás técnicas de indiferencia sistemática para ahuyentar a la actualización de Glenn Close en Atracción fatal —que sin saber a cuento de qué se había ganado—.

Hoy está convencida de que el arcoíris si fue una señal, aunque ella, como Edipo, no supo interpretar. Ahora tiene la certeza del ciego frente al mensaje de los dioses: el arcoíris le estaba diciendo que NO.

Una aclaración más: en su laboriosa soledad se dedicaba canciones. She´s like a rainbow de los Rolling Stones fue una de ellas desde hacía varios años ya. Razón no desdeñable para confiar en la otrora flecha-camino que conducía al Dorado manantial de tesoros, según los primeros colonizadores de esa región de la América. Graciosa coincidencia: ellos también perdieron la vida por perseguir los colores sin estudiar a Newton.

 

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